Ante el imparable proceso de industrialización, el constante crecimiento de las masas obreras y de la conflictividad social, hubo católicos que criticaron la explotación a la que estaba siendo sometido el proletariado. Surgió de ese modo la denominada “doctrina social de la Iglesia”, condensada en una serie de documentos, entre los que cabe destacar la encíclica Rerum novarum (“De las cosas nuevas”), promulgada en 1891 por el Papa León XIII. En ella se preconizaba un orden social basado en la justicia y la caridad, exhortando al Estado a socorrer a las clases más desfavorecidas y alentando el asociacionismo de los trabajadores.
LEAMOS UN FRAGMENTO DE LA ENCÍCLICA:
“[Los empresarios] no deben considerar al obrero como un esclavo; que deben respetar la dignidad de la persona y la nobleza que a esa persona agrega el carácter cristiano. (…)
Al pretender los socialistas que los bienes de los particulares pasen a la comunidad, agravan la condición de los obreros, pues, quitándoles el derecho a disponer libremente de su salario, les arrebatan toda esperanza de poder mejorar su situación económica y obtener mayores provechos. (…) Por ser el hombre el único animal dotado de inteligencia, hay que concederle necesariamente la facultad, no sólo de usar las cosas presentes, como los demás animales, sino de poseerlas también con derecho estable y perpetuo. (…) Se halla en la misma ley natural el fundamento y razón de la división de bienes y de la propiedad privada.
[Cómo solucionar los problemas sociales] (…) Esta solución habrán de darla los obreros cristianos, si, agrupados en asociaciones y valiéndose de consejeros prudentes, vuelven a entrar por el camino que con gran provecho, particular y público, siguieron antiguamente sus antepasados. (…) [deberes de los obreros] poner íntegra y fielmente el trabajo que libre y equitativamente se ha contratado; no perjudicar de modo alguno al capital, ni hacer violencia personal contra sus amos; al tratar de defender sus propios derechos, abstenerse de la fuerza y no armar sediciones, ni asociarse con hombres malvados y pérfidos que falsamente les hagan concebir desmedidas esperanzas.
Fragmentos de la encíclica Rerum novarum (1891)
La encíclica Rerum novarum (1891) deploraba la opresión y virtual esclavitud de los numerosísimos pobres por parte de «un puñado de gente muy rica» y preconizaba salarios justos y el derecho a organizar sindicatos (preferiblemente católicos), aunque rechazaba vigorosamente el socialismo y mostraba poco entusiasmo por la democracia. Las clases y la desigualdad, afirmaba León XIII, constituyen rasgos inalterables de la condición humana, como son los derechos de propiedad. Condenaba el socialismo como ilusorio y sinónimo del odio y el ateísmo.
La doctrina social de la Iglesia, sin embargo, se limitó a consejos encaminados a ilustrar a los fieles sobre cómo afrontar los retos sociales y económicos del mundo moderno desde los presupuestos de la fe cristiana. Negó la existencia de la lucha de clases, tal y como preconizaba el marxismo, y propuso en su lugar la armonía, la convivencia y el diálogo entre patronos y obreros, exhortando a los primeros a mitigar la miseria de los segundos. De igual modo protegió la propiedad privada combatida por marxistas y anarquistas, considerándola como un instrumento al servicio del bien común.
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