El esquema plantea los principales aspectos en el proceso de expansión territorial de los EEUU, así como los grandes problemas que hubo de abordar este país para consolidarse. Es el mismo esquema que hemos utilizado enclase para documentar este proceso.
Para documentar los aspectos ideológicos de esta expansión territorial, verdadero eje vertebrador de la CONSTRUCCIÓN NACIONAL de los EEUU, es preciso conocer los fundamentos del llamado DESTINO MANIFIESTO. El Destino Manifiesto es una doctrina nacionalista que explica la manera en
que este país entiende su lugar en el mundo y se relaciona con otros
pueblos. A lo largo de la historia estadounidense, desde las trece
colonias hasta nuestros días, el Destino Manifiesto ha mantenido la
convicción nacional de que la Providencia (Dios) eligió a los Estados Unidos para ser una
potencia política y económica, una nación superior, que debía y podía imponerse a las demás naciones de la Tierra.
La frase “Destino Manifiesto” apareció por primera vez en un artículo
que escribió el periodista John L. O’Sullivan, en 1845, en la revista
Democratic Review de Nueva York. En su artículo, O’Sullivan explicaba
las razones de la necesaria expansión territorial de los Estados Unidos y
apoyaba la anexión de Texas. Decía: “el cumplimiento de nuestro destino
manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido
asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de
libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de
obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus
capacidades y el crecimiento que tiene como destino”.
Muy pronto, políticos y otros líderes de opinión aludieron al “Destino
Manifiesto” para justificar la expansión imperialista de los Estados
Unidos. A través de la doctrina del Destino Manifiesto se propagó la
convicción de que la “misión” que Dios eligió para al pueblo
estadounidense era la de explorar y conquistar nuevas tierras, con el
fin de llevar a todos los rincones de Norteamérica la “luz” de la
democracia, la libertad y la civilización.
Esto implicaba la creencia de que la república democrática era la forma
de gobierno favorecida por Dios. Aunque originalmente esta doctrina se
oponía al uso de la violencia, desde 1840 se usó para justificar el
intervencionismo en la política de otros países, así como la expansión
territorial a través de la guerra, como sucedió en 1846-48 en el
conflicto bélico que concluyó con la anexión de más de la mitad de
territorio mexicano.
En tiempos posteriores, esta misma idea se utilizará para justificar el papel de "policia internacional" que los EEUU adoptaron; primero en el continente americano (América para los americanos, según idea expuesta por el presidente Monroe, a principios del s. XIX, para impedir cualquier intervencionismo europeo en los asuntos americanos), más tarde, ya a comienzos de este siglo XXI, para justificar la lucha contra el terrorismo internacional o para derribar regímenes despóticos contrarios a los derechos humanos y a la democracia, pero, sobre todo, lesivos para los intereses estadounidenses (la invasión y guerra de Irak, por ejemplo, en 2003).
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